No
cualquier día
Al
abrir la ventana la luz se reflejó en mi rostro.
-Coño
¡Cómo quisiera un cigarro!
Fui
a la cocina a revisar si quedó de anoche algún cigarrillo solitario. No. No
quedo nada. No debí haber fumado tanto. ¿Pero cómo no hacerlo? Si estabas allí
parado, viéndome ir.
Mi lejanía se convirtió en tu ausencia.
Mi lejanía se convirtió en tu ausencia.
Reacciona,
Anita. Es momento de preparar el desayuno.
Tomé
un pan y me corté con el cuchillo al abrirlo. Me quedé inmóvil de nuevo,
mientras la sangre coloreaba la mesa blanca.
-Que
se joda el desayuno, iré a comprar cigarrillos.
Horas
pasaron y yo ahí seguía. En ese basurero recordándote allí parado,
desvaneciéndote como tinta corriéndose en el humo que de mi boca salía.
Recuerdo
esa noche de sexo alocado. Mi arete quedó enganchado entre tus sábanas. Tú lo
guardaste. Dijiste que olía a limón. Aroma cítrico que empapaba mi cuerpo ese
día.
Al
abrir la ventana la luz se reflejó en mi rostro. Sentí que el sol quería
decirme algo. ¿Vergüenza? Debería sentirla quizá, pues, ¿Qué me queda de ti
ahora? Ahora que te has ido. Sólo queda tu perfume impregnado en mi piel.
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