miércoles, 29 de agosto de 2012

Sin título



Soy la sombra que te inspira
soy la estrella que titila
soy el humo que te esconde
soy el verde que te crea.

Soy la voz que más te nombra
soy la hora en que te duermes
soy el ave que te mira
soy el karma en el que crees.

Soy la flor de cactus que hoy se muere
soy la nube que te llueve
soy la luz que no encendiste
soy la noche que te quise.

Soy el ayer que no recuerdas
soy el instrumento que destapas
soy la melodía de tus gemidos
soy el río que te divide.

Soy la montaña en la que gritas
soy la grama húmeda y fría
soy aquella que nunca has visto
soy sólo el verbo que se quiebra.

Quédate un poco


Quédate un poco
sé aquello que busco
sé el sentimiento cristalizado.

Tómame un poco
soy el hielo que se rompe
soy el cactus que se seca.

Siénteme un poco
mis labios se quiebran
mi cabello se convierte en grama.

Acércate un poco
tus notas se repiten
tus muecas envejecen.

Piénsame un poco
que mi imagen sea un recuerdo
que mi sombra nunca se ilumine.

Escúchame un poco
mi voz es musical. 
Personifica mi palabra.

De días como hoy


Hoy soy la nube
que cubrió tu rostro.
Hoy soy el alma incompleta
que sólo tu espejo refleja.

Hoy soy la máscara verde
que no te deja verme. 
Hoy soy más que yo
pero el sol no me ilumina.

Hoy me despido 
en la punta de una montaña.
Hoy escribo sobre otras letras
y el espacio se acaba.

Hoy
yo me acabo
Hoy
sólo tú estás constante.

Alguien


Mientras ella espera
ella es alguien.
Alguien que busca
alguien que siente.

Cuando el cactus le habla
ella cambia
y escurridiza
se esconde.

Camaleón que corre,
para descansar, 
sobre el cactus se posa
y se convierte en espina.

jueves, 16 de agosto de 2012


Sobre lo poco que sé de ti

Si esto es lo único que
de ti conozco,
no eres más que una voz aislada,
que un sonido armonioso.

Si estos versos son
mi único rincón
sólo eres lo que alguien dice de ti.
Un susurro.

Un susurro cálido,
pero susurro,
aislado.
Misterioso.

Que sólo calla cuando
nadie más quiere hablar.
Entonces
eres silencio.

Silencio que no es nada,
silencio que si sólo eres eso
comienzo a mover mis dedos.
Ansiosamente.

Ansiedad que significas tú
que eres más de lo que
ya conozco.
No eres sólo esto.

Eres todo el bien y el mal,
eres armonía y silencio.
Más de lo que aquí escribo
o menos de lo que creo que eres.

martes, 14 de agosto de 2012


Mensaje para un desconocido

Azul y verde.
He quedado ciega,
como el mar uniéndose a una montaña.
He quedado ciega.

Humo,
humo azul y verde,
humo en el que te desvaneces.
Nunca he estado ciega.

Gritos,
gritos que se ahogan
¿de dónde vienen?
¡Salen de mí!
trato de decirte algo.

Mírame,
hombre perdido entre humo y luces.
Soy sólo la sombra del chico
que suda con el brazo arriba,

soy sólo la chica de cabello alborotado
de cantar desafinado
de balbuceo desesperado.

Y tú,
tú eres sólo un susurro escondido
que yo atajé un día sin notarlo,
y ahora,
ya no sé qué hacer con él.

sábado, 11 de agosto de 2012


La hermosa langosta aplastada en la vereda[1]

Desnuda,
ante mí.
Despojaste tu ropa,
en el suelo quedó.

Mírala tú.
Mira como su pecho canta.
Se abre y se cierra.
Suave, suave.

Ella está rota.
Como una langosta aplastada en la vereda.
Pero hermosa.
Mírala tú.

Su cabello llueve.
Se cristaliza en mis manos.
Se sale de mis dedos.
Se evapora en mí.

Su piel de ámbar se vuelve transparente.
Puedo ver sus pulmones
cantando.
Llenos de humo.

De humo verde
que me envuelve,
que me consume,
que me acaricia.

Dime niña de corazón plateado,
¿Qué pretendías con tu llegada?
Me prendí a ti.
Y saludamos al sol.

¿Volverás por mí?
Me he quedado con tu alma.
Mírate al espejo y date cuenta
Que ya no estás completa.

Dime niña de ojos de flor,
has hecho de mí sólo cenizas.
Eres agua,
y me apagaste.

Dime niña de sexo volcánico,
niña de gritos ahogados,
niña de energía omnipresente
¿Hacia dónde vas?



[1] Inspirado en la canción La hermosa langosta aplastada en la vereda de la banda uruguaya Buenos muchachos.

calle oscura


si te tengo en mis manos,
   no te siento.

si te tuviera en mis manos,
sabría qué hacer contigo.

si te he perdido,
te extraño.

                      Cie
          rro                  mis
ojos                                   reco
y ca                                      rro
mi                                       con
no                                       mis
por                                       de
tus                 cas              dos
c a l l e s….. a   s……...t  u  s


la lluvia cae a mi alrededor
pero yo no estoy mojada.

te tomo fuertemente,
cierro mi puño,
y,
no te siento.

la gente me dice que el cielo es azul.
pero para mí, 
sigue siendo v e r d e.

si te tuviera
a ti,
e m o c i ó n.
sabría cuándo te perdí.

martes, 10 de julio de 2012


Espejismo

Una fotografía vieja me recuerda lo poco que te recuerdo. ¿Por qué días como este siempre vienen acompañados de melancolía?
Alguien me dijo una vez que podías verme. ¿Será cierto?
Si yo pudiera verte, completaría la imagen borrosa que de ti ahora tengo. Te pediría que me contaras cómo fueron aquellos diciembres que para mí nunca ocurrieron. Te rogaría que me tocaras para ver si además de verte, puedo sentirte. Y quizá, sólo quizá, te preguntaría “¿Por qué lo hiciste?”.
Hoy me desperté buscándote, así que volví a dormir para encontrarte. Como no te vi, me fumé un cigarrillo lentamente para conectarme con tu recuerdo. Al apagarlo, seguía buscándote, así que tomé aquella vieja foto y te vi. Traté de imaginarte con el cabello más blanco y las entradas más profundas, pero cuando cerraba los ojos la imagen se perdía, seguía borrosa. Volví a abrirlos y recordé esa mañana. Melancolía, melancolía. Melancolía que la fotografía no expresaba. Entonces entendí, por qué días como este se sienten siempre así.

martes, 5 de junio de 2012


No cualquier día

Al abrir la ventana la luz se reflejó en mi rostro.
-Coño ¡Cómo quisiera un cigarro!
Fui a la cocina a revisar si quedó de anoche algún cigarrillo solitario. No. No quedo nada. No debí haber fumado tanto. ¿Pero cómo no hacerlo? Si estabas allí parado, viéndome ir. 
Mi lejanía se convirtió en tu ausencia.

Reacciona, Anita. Es momento de preparar el desayuno.
Tomé un pan y me corté con el cuchillo al abrirlo. Me quedé inmóvil de nuevo, mientras la sangre coloreaba la mesa blanca.
-Que se joda el desayuno, iré a comprar cigarrillos.

Horas pasaron y yo ahí seguía. En ese basurero recordándote allí parado, desvaneciéndote como tinta corriéndose en el humo que de mi boca salía.
Recuerdo esa noche de sexo alocado. Mi arete quedó enganchado entre tus sábanas. Tú lo guardaste. Dijiste que olía a limón. Aroma cítrico que empapaba mi cuerpo ese día.

Al abrir la ventana la luz se reflejó en mi rostro. Sentí que el sol quería decirme algo. ¿Vergüenza? Debería sentirla quizá, pues, ¿Qué me queda de ti ahora? Ahora que te has ido. Sólo queda tu perfume impregnado en mi piel.

domingo, 22 de abril de 2012


28 de Abril

La pequeña Amanda escribía una carta para el cumpleaños de su padre. Le hacía mucha ilusión. Pensaba en todas las cosas que le gustaría decir, y cómo decirlas. Sonreía mientras lo hacía. La carta era muy alegre, la coloreaba con tizas rosadas moradas y azules. Al terminar, escribió su nombre y el de su hermana en marcador rojo, pues, aunque su hermana no la había ayudado, sabía que a su padre le gustaría que la carta tuviera el nombre de ambas.
Llegó el día del cumpleaños y la pequeña Amanda se levantó emocionada a felicitar a su padre y entregarle la carta. Su padre la leyó, abrazó a Amanda y soltó algunas lágrimas. –De felicidad- pensó la pequeña.
Nueve años pasaron y la pequeña Amanda, que ya no es pequeña, siguió escribiendo cartas, que ya no eran coloridas, para su padre, que ya no las recibía.
-Hoy es una fecha de celebración- se dijo a sí misma -¿Qué celebro?
Abril siempre fue un mes muy nostálgico para ella, pues recordaba las lágrimas de su padre y comprendía que quizá, no eran de felicidad como ella pensó.
Ha pasado mucho tiempo, y la pequeña Amanda miraba el cielo, que en esta fecha le parecía de color verde, y pensaba en su padre, que aunque no podía verlo, ni entregarle sus cartas, sentía que allí estaba, abrazándola, como esa mañana.

domingo, 1 de abril de 2012


Lucía ha crecido

Siempre pensé que ser joven sería diferente. Cuando era niña, fantaseaba con serlo.
-Lucía, no puedes salir con esos pantalones rotos.
-Lucía, no tienes edad para usar maquillaje.
-Lucía, si quieres ir a casa de ese muchacho, primero tengo que conocer a sus padres.
-Lucía, es tarde, quiero que te vengas a la casa ¡ya!
-Lucía, no tienes edad para tener novio.

Sí, cuando era niña mi madre me prohibía hacer muchas cosas, entonces, deseaba dejar de ser niña, y ser joven. Pensaba lo divertido que sería poder hacer lo que quisiera, sin tener que pedir permiso. –Qué divertido sería ser libre-. ¿Libre de qué? Lo cierto es que nunca seremos realmente libres.
Mientras crecía, me di cuenta de que siempre tendría que pedir permiso, bien sea a mi madre, a mis profesores, a mi novio, o a mí misma.
Años después dejé de maquillarme porque me di cuenta de que era una ofensa para mi rostro, tomé mis pantalones rotos y me reí a carcajadas por lo feos que son, iba a casa de mis amigos y me regresaba temprano porque al día siguiente tenía que trabajar, y tuve muchos novios que mi hicieron daño y yo a ellos también.
La verdad, es que ser joven, sí es divertido, pero de manera diferente a como yo lo imaginé. A pesar de entender que la libertad era compleja y depende de algo más que la edad, disfruté de ser joven, incluso de las responsabilidades que venían junto con la adolescencia, de los romances y aventuras inesperados. El único problema, fue seguir necesitando esa libertad.
Me decía a mí misma que estaba conforme. –Adáptate, Lucía, no puedes escapar de la sociedad y sus normas- pero inconscientemente seguía buscando una forma de lograrlo, así no fuese permanente, quería encontrar algún lugar o algo que me permitiera sentirme libre, aunque sólo se tratara de una ilusión.
Lo que no había notado, para mi sorpresa, es que siempre tuve esa libertad entre mis manos.
Me la brindó Shakespeare, cuando me permitió ser Ofelia. García Lorca, cuando fui Mariana Pineda. Cortázar, cuando caminé por las calles de París buscando a La Maga. Stephen King, quien me llevó a perder al amor de mi vida mientras fui Johnny Smith. Junto a García Márquez disfruté del maravilloso y fantástico pueblo de Macondo. Supe lo que es la vejez, me lo enseñó Adriano González León. Gracias a Roald Dahl, sentí el aroma del chocolate fresco de La Fábrica de Chocolates de Willy Wonka.
Viajé, fui feliz, reí, lloré, nací, morí y volví a nacer, fui niña y envejecí, me enamoré, muchas veces me enamoré. Fui libre. ¡Hasta en un bicho raro producto de Kafka me convertí!
Si esto no es libertad. ¿Qué podría serlo?
La mejor parte de mi adolescencia, fue encontrar ese algo en el que puedo ser y hacer lo que quiero sin pedir permiso, pero que también me conecta con la niña que fui y no puedo olvidar, el adulto que seré o espero ser, y la joven que soy y que en algún momento extrañaré ser.
Así, encontré los libros.


La Mujer del Vestido Amarillo

Así que allí estaba ella, descalza con unas finas sandalias blancas en su mano, su vestido amarillo jugaba con la brisa y en su largo cabello negro resplandecía el sol. Su rostro irradiaba seguridad y yo no podía entender por qué. Se veía tan hermosa y sutil, sus ojos hablaban por ella, observando el crepúsculo y el abismo.
Los carros pasaban desapercibidos, era como si sólo yo pudiera verla, a nadie le interesaba la situación… y a mí tampoco.
-Somos muchos los que andamos por este camino, pero somos pocos los que logramos cambiar el destino- me dije a mí mismo citando una vieja poesía, nada de lo que yo hiciera iba a alterar lo predestinado. Por eso decidí quedarme allí, inmóvil, observándola, tratando de entender por qué tanta confianza en su mirada y cuál era el siguiente paso.
-Hay gente loca en este país, cada vez somos menos los pensantes- me dijo un anciano señalando a la mujer de amarillo mientras se fumaba un cigarrillo, yo no respondí a su comentario, y sólo perdía de vista a la mujer en el momento de pestañear.
-¡Disculpe, señor!- me dijo una chica al tropezarme, únicamente en ese instante miré hacia abajo y noté que se le habían caído unas monedas a la chica, volteé para entregárselas y observé mi alrededor. Vi al anciano fumando y discutiendo con un joven sobre política; una pareja de novios besándose y hablando de romanticismos; dos chicos tomando jugo y riendo a carcajadas, y por último vi a un chico sentado en una banca con un libro en sus manos, sin ninguna expresión reflejada en su rostro. Entonces recordé a la mujer de amarillo. Miré rápidamente de vuelta al abismo, y ella ya no estaba.
Corrí con todas las fuerzas que tenía hasta llegar a la baranda del puente y vi como ella caía muy lentamente, era una caída desde muy alto, imposible que sobreviviera. Mi corazón latía muy rápido y mis pulmones aspiraban y exhalaban al ritmo del tic-tac de un reloj, incliné mi cuerpo apoyado en la baranda lo más que pude y estiré mis brazos como si pudiera alcanzarla, como si pudiera salvarla.
Cerré mis ojos, justo antes de que su cuerpo golpeara contra las rocas y cuando los abrí de nuevo, allí estaba ella, ya no era sutil y hermosa, sus ojos ya no transmitían nada, y su rostro ya no irradiaba seguridad.
Ahí yacía el cadáver ensangrentado de la mujer del vestido amarillo, y yo permanecí  inmóvil, con el cuerpo inclinado y apoyado en la baranda hasta que sentí unas gotas de agua fría cayendo sobre mi espalda, alcé la vista hacia el cielo y noté que estaba lloviendo. Era momento de regresar a casa. Nada de lo que yo hiciera iba a alterar lo predestinado. Al levantarme caminé hacia atrás desorientado y pisé algo que me hizo caer, me golpeé el codo con una roca pequeña, y cuando me levanté para seguir caminando noté que estaba sangrado, miré hacia abajo y vi una sandalia blanca, la tomé y volví mi mirada hacia el abismo. El cadáver de la mujer del vestido amarillo aún sujetaba una sandalia blanca en su mano derecha, y yo sujetaba la otra en las mías.

jueves, 8 de marzo de 2012


Tremor


-No, no, no. Te dije que no.
-¿Por qué no?
-Porque no.
-¿Me vas a dejar así?
-Sí.

Terca me llamaste mientras pasabas tus manos por mi rostro. ¡Ah! las manos más suaves que jamás me habían acariciado. Caricias blancas e inocentes. ¡Ja! inocentes, en eso sí estoy equivocada. ¿Qué inocentes podían ser tus manos? Si las pasabas por mi cabello mientras tratabas de quitarme la blusa.

¿Qué inocente podías ser tú al besarme de esa manera? Como si estuvieras apurado. Quizá lo estabas, apurado, sí, por soltar mi correa y meter tu mano en mi pantalón.
¡Ay, Osvaldo! El único terco en esa habitación eras tú. Estabas loquito por llevarme a la cama. Sabías que yo también lo quería, aunque dijera que no.

No, no, no. Te dije que no cuando trataste de besar mis pezones. Estabas desesperado por besarlos. Sentirlos. Lamerlos. Dijiste que sólo los probarías, pero ambos sabíamos en qué terminaría aquella propuesta. Puedo imaginarme dos horas después. Despeinada y con más ganas de ti. Quizá estaría tan apresurada que me iría dejando mis pantaletas rosas en tu habitación, como un regalo y un recuerdo accidentado. ¿Recuerdo de qué? No pasó nada. ¡Oh! Pero tú habías pasado todo el día imaginándome desnuda mientras yo hablaba mariconadas, y yo… Pues yo no imaginé que termináramos en eso… Aunque lo deseaba, desde el primer momento en que te vi.

Tus ojos celestes me dejaron sin aliento, eso sumado a tu mirada de señor intelectual. “Señor”, me causa gracia llamarte así, pero eso es lo que eres. Yo soy una niña y tú eres un señor. ¿Qué comentaría la gente cuando nos vio besarnos? Seguro te dieron por ridículo. Un cuarentón ridículo con una niña que se la tira de madura. Bueno, debo decirte que fue tu culpa. Tú imprudente que decidiste besarme frente a todos. No es que me importe, sino que lo hubiera disfrutado más con un poco de privacidad.

¿Por qué no me besaste cuando estábamos en tu habitación? Mientras yo leía, tú dormías. Seré honesta contigo y te contaré de cómo fingía leer para verte dormir. Leía algo sobre un viejo…o una joven…o una mujer… ¡Ay! Quién sabe, ya te dije que no estaba realmente leyendo. Tu cabello caía sobre tu rostro, tan brillante, tan excitante. Tu respiración era fuerte, parecía que te encontrabas en un sueño profundo. ¿Soñarías conmigo?, ¿Soñarías con tu espectadora escondida detrás de un libro que trataba sobre una mujer/un viejo/una joven? Me gustaría saberlo. Me gustaría saber qué pensabas cuando te invité a tomar un café y te trataba de “usted”. ¿Me desearía desde entonces, señor Osvaldo? Porque yo sí, detrás de mi inocente aspecto, estaba una chica que sonreía sonrojada y lo deseaba cuando volteaba. Tratando de disimularlo. No quería que lo notaras. Quizá sí quería que lo notaras. Pero no era correcto.

Te juro Osvaldo que pensé en decírtelo, pues tu boca me provocaba con tanta intensidad que por un momento creí no soportarlo. Pero, ¿Con qué sentido? Te diría que te deseaba y ¿Qué? Me llevarías a la cama. Justo lo que quería. Pero no era correcto. Así que me esforcé para aguantarme un par de horas. Y me engañaba a mí misma pensando en que tú no me mirabas con deseo, tus temblorosas manos suaves y blancas estaban lejos de las mías, sin ninguna intención de que se juntaran. Me engañé. Tus ojos celestes y tu mirada de intelectual me deseaban. Tus manos temblaban por mi presencia.

Sin importar cuánto temblaban tus manos, acomodaste mi cabello, acariciaste mi rostro, con ternura, para luego sorprenderme con un beso desesperado, un beso salvaje y apresurado. Todos miraban. Te besé de vuelta sin caer en cuenta de que lo estaba haciendo. Entonces nuestros labios se separaron para que nuestras miradas se familiarizaran;  miradas que ya no ocultaban nada, que estaban ahora totalmente expuestas. No era correcto, pero en ese momento se sintió como si lo fuera. Una vez más pensé –Coño, ¿Por qué no estamos en su habitación?- no sé si quería que hiciéramos el amor o simplemente quería verte dormir. Ver tu liso cabello uniéndose con tus pestañas, mientras tu rostro se escondía en la almohada.
Y ahí estábamos, cuando pensé que todo terminaría allí. Regresamos a tu habitación. De nuevo tratabas de soltar mi correa pero cuando lo hacías yo la cerraba. Y te decía que no. Porque no. Terca me llamaste. Y lo era, pues sabías que te deseaba, pero me negaba porque me sentía obligada a hacerlo. Y tú con tu labia de poeta, hablando de epifanías y de aventuras fugaces. No entendías que no era lo correcto. Pero, ¿Qué sería lo correcto? Sólo sé que acomodé mi blusa y salí despeinada de tu habitación. Aún deseándote. A ti completo. Y allí quedaste.

Esa noche imaginé que hacíamos el amor, desesperados y apresurados, como animales salvajes, así como fue nuestro primer beso. Yo desabotoné  tu camisa, poco a poco, y tu pecho se asomaba, blanco y suave, un poco envejecido, como si llevaras en él los años. Entonces era yo la que estaba apurada por soltar tu correa y meter mi mano en tu pantalón, para luego quitártelo y dejarte vulnerable, ante mí, desnudo, mostrando tus años, tus experiencias marcadas en tu cuerpo, como cicatrices. Imborrables.

¡Ay cuarentón! Sensual, aventurero y salvaje cuarentón. Besaste mi cuerpo desnudo y lo recorrías con temblorosas caricias, ya se te hacía imposible disimular los temblores, lo cual me gustaba, lo encontraba tierno. Nos unimos sólo en cuerpo, nos llenamos de un deseo insoportable pero nada más. ¡Oh! Y tú entusiasmado, me miraste con tus ojos celestes para luego cerrarlos mientras lamías mis pechos y lentamente tus dedos bajaban como asustados y… Quizá no era lo correcto. ¡Ah! ya ni sé lo que digo, sólo sé que aún te deseo. Quisiera poder recordar lo que imagino.

sábado, 21 de enero de 2012

Los pensamientos de Jimena

Jimena veía las olas del mar golpear las rocas en la orilla. Por un momento sintió que ella era una roca, recibiendo golpe tras golpe, y las rocas inmóviles, como si no les afectara. Sí, Jimena sintió que ella era una roca, inquieta y tranquila como si las situaciones incómodas pasaran desapercibidas frente a sus ojos, como si a Jimena nada le afectara.
Jimena siempre estaba allí para escucharlos a todos, pero nadie estaba allí para escuchar a Jimena. Cuando la gente necesitaba ser aconsejada, Jimena estaba allí para hacerlo, pero cuando Jimena se sentía confundida, nadie estaba allí para aconsejar a Jimena.
Jimena siempre piensa más de dos veces antes de actuar para no afectar a alguien sin notarlo, pero cuando se trata de Jimena la gente la pisotea sin siquiera mirar abajo, mientras que ella sólo se queda inmóvil sin quejas, sin reproches, como las rocas, en silencio, esperando ¡Qué alguien en algún momento piense en Jimena!
Jimena tiene esperanza de que un día todo cambiará, pero nadie muestra inicios de preocuparse por Jimena.
Jimena es muy buena, es fuerte, es comprensiva, es atenta, alentadora, pensante, madura, responsable, única, es agradable, cálida, alegre, intuitiva, diferente, hermosa, amorosa, delicada, respetuosa, inteligente, fresca, segura, digna, confidente, Jimena es honesta, tranquila, inocente, natural, defensora, divertida, talentosa, sonriente, entusiasta, carismática, y en conclusión perfecta.
Jimena es admirada y amada por todos. Pero cuando Jimena está triste, no tiene a alguien a su lado que le pregunte -¿Cómo estás?- porque todos dicen que aman a Jimena, pero nadie lo demuestra.

Cuando Jimena se siente sola, nadie acompaña a Jimena, pero cuando alguien necesita compañía ¿adivinen a quién buscan? A Jimena. Siempre dispuesta a dejar sus obligaciones y deberes para ofrecer ayuda, pero nadie deja nada atrás para ayudar a Jimena.
Todos están demasiado ocupados. Cualquier cosa es más importante que Jimena. Una botella de ron, un programa de televisión, una llamada telefónica, la fiesta del vecino, el mensaje de texto de Fernando, una simple charla sin sentido, media hora más en el despertador, una cita en el salón de belleza, un cigarrillo sin encendedor, un porro de marihuana, quince minutos de tu rutina de ejercicios, dos copas más de vino, un postre para alimentar la gula, un concierto de la banda que no te gusta, un libro que no te interesa, un partido de futbol,  una noche de sexo vacío. Cualquier cosa es más importante que Jimena.
Entonces Jimena siempre está allí para todos, pero para Jimena sólo está ella misma. Se cansó de falsas esperanzas, de imaginar que la gente notaría que están errando sin que Jimena tuviera que mencionarlo, ¿Qué creen que pasaría si Jimena se revelara? Si Jimena comenzara a pensar en ella misma y en nadie más.
Pues todos dejarían de amarla y admirarla, Jimena entonces sería egoísta, malagradecida, caprichosa, ego centrista, problemática, demente, histérica, solitaria, malcriada, irrespetuosa, narcisista, aislada, rechazada, bruja, viciosa, individualista, irracional, ignorante, desagradable, fría,  mentirosa, maliciosa. Jimena sería odiada por la gente que solía decir que la amaba.
¿Qué harían ustedes en el lugar de Jimena?
Si para Jimena no existía un no por respuesta, ella dejaba de limpiar la casa, de salir con sus amigos, de divertirse, de hablar con Daniel, de tener sexo, de fumarse un cigarrillo, de leer un buen libro, de descansar después de terminar los deberes, de dormir, de cocinar, de comer, de beber un poco de whiskey o de beber un poco de agua, de bañarse, de pintarse las uñas, de escribir un poema, de mirar las estrellas, de mirarse al espejo. Jimena era capaz de dejarlo todo para brindarle una sonrisa a alguien más, mientras que las sonrisas de Jimena eran vacías y poco espontáneas.
Pues entonces Jimena sintió que era una roca, pues ellas resisten golpe tras golpe, ¿Pero qué pasaría si un día las rocas deciden golpear a las olas? Quizás el mar les pediría disculpas e hiciera algo para reponerlo  o quizás el mar se enfadaría con tanta fuerzas que golpearía a las rocas con constancia hasta que estas sean destruidas. Ese era el temor de Jimena, dejar de ser amada y comenzar a ser odiada, aunque al final no sería mucha la diferencia, pues todo el pueblo ama a Jimena, pero Jimena está sólo acompañada por ella misma.
Jimena reflexionaba, pensaba en qué sería lo más conveniente, pero se detuvo a indagar en ese último pensamiento, si ahora la gente decía amar a Jimena y le ofrecían ese terrible trato, ¿Cómo sería si la gente la odiara? Entonces su trato hacia ella empeoraría, Jimena no sabía si pensar o no pensar.
Jimena quiso congelar su mente por un segundo y respirar profundamente. Fue entonces cuando sintió aquel enorme e incómodo nudo en la garganta, era la impotencia de escuchar y no ser escuchada, de amar y no ser amada.
Jimena estaba decepcionada, no sólo de su pueblo, sino del mundo completo, pues ese es el futuro que nos espera, son muy pocas las personas que quedan como Jimena, por eso ella decidió no ser la roca, ni ser las olas. Entró a su casa, miró el reflejo de su rostro en un espejo, sonrió y decidió ser eso, una sonrisa espontánea y alegre, junto con un par de ojos llenos de lágrimas, Jimena no es roca ni es ola, Jimena es ella acompañada por ella misma.

jueves, 19 de enero de 2012

Rueda de la fortuna

Gira, ha girado la rueda. Sus colores me hipnotizaron, me atraparon.
-¿Habías visto algo como esto?
-No.
-¿Qué te hace pensar?
-Nada.
Mentí, los colores me llevaron a lugares a los que no llegaba desde que era niño. No pensé que los recordaría de nuevo. Pero, más que recordar… ¡Ay! Sentí escalofríos, escalofríos petrificantes, escalofríos escalofriantes, escalofríos… La grama verde y caliente dejó mi espalda enrojecida. Con mi mano sostenía un cigarrillo barato que no había podido fumarme unas horas antes, o quizá no era el mismo cigarrillo ¿Me lo habría fumado antes? ¿Me lo habré fumado después? Me lo estoy fumando ahora. Todos saben igual, pero en momentos como aquél y éste, tienen un sabor amargo, una sensación a fracaso.
Fracasé en olvidar ese momento.
-Me siento emocionada ¿Tú que sientes?
-Escalofríos.
-¿Estás bien?
-No estoy.
Así es, no estaba, me había ido lejos. Lejos hacia la grama caliente, hacia el humo amargo, hacia la tristeza máxima, la melancolía ruda, las lágrimas incontrolables…inacabables, indeseables, lágrimas cálidas, escalofríos, escalofríos petrificantes, escalofríos escalofriantes, escalofríos… ¡Oh! Colores malditos. Rojo, verde, azul, rojo, amarillo, morado, rojo, negro, rojo. Colores que giran y giran y giran y no paran de girar, no pararon, no pararán, no pararían, no, no, ¡No!
Me había ido lejos. Lejos hacia el recuerdo que creía haber perdido. Fracasé en el olvido. He sido tomado, la fortuna me ha elegido. Nunca volveré a ser el mismo.

domingo, 15 de enero de 2012

La Naranja más naranja

Hola, soy una Naranja. A mí me gusta mucho mi color naranja pero a casi nadie más le gusta. Dicen que soy diferente a las demás naranjas, también dicen que ellas son mejores que yo, no sé por qué, pues somos igual de naranjas y redondas.
Soy más grande que el resto, pensé que eso sería una cualidad que las otras naranjas envidiarían de mí, pero estaba equivocada. Mi amiga la Manzana dice que sí me envidiaban al principio, cuando todavía estábamos en el árbol, pues mi tamaño les intimidaba, claro, eso fue antes de que me cayera. Mi amiga la Ramita me soltó antes de tiempo, no la culpo, pues era muy pesada, entonces fue cuando en mi piel salió una mancha oscura, y nunca se quitó.
A mí me gusta mi manchita. Me distingue del resto, pero el señor frutero dice que ese es mi problema –ojalá fueras igual que las demás naranjas- entonces me pongo triste. Todos los días me levanto pensando en que ahora sí me comprarán y tendré un hogar, pero al final del día, me guardan otra vez.
-Mi jugo tiene vitamina C, soy muy dulce y mis semillitas podrás sacarlas con facilidad- Me paso el día diciendo eso pero nadie escucha. A veces me toman con una sonrisa, pero me tiran de vuelta al cesto cuando ven mi manchita, y al ver la bolsa que compraron de naranjas me doy cuenta que todas son iguales, a pesar de que soy la más grande, la más naranja y la más dulce de todas, soy yo la que siempre termina de vuelta al cesto.
-No se preocupe, amiga Naranja- dijo el cambur negrito- usted no necesita un hogar porque ya tiene uno, es aquí junto con todas las frutas que fuimos soltadas antes de tiempo o que crecimos cuando no debíamos o que no crecimos más o que simplemente ya estamos muy viejitos. Este es el hogar de las mejores frutas, las que siempre somos de vueltas al cesto. Lo que nadie sabe es que somos las más fuertes y por eso nuestro sabor también lo es.

sábado, 14 de enero de 2012


Sin Zapatos

¿Qué mira el hombre que camina descalzo?
Divagando va. Derecha. Izquierda. Sin rumbo, sin destino. El hombre camina lentamente, el sol se refleja en su frente brillante, las gotas de sudor corren por su rostro y bajan por sus hombros desnudos.
¿Qué lleva en la mano? ¿Un pedazo de pan seco o una botella de aguardiente? ¡Pobre hombre! Camina descalzo sobre la arena, sus pies están enrojecidos. Camina sobre las piedras, los cigarrillos encendidos, la basura y los desperdicios.
¿Qué habrá hecho aquel hombre para merecer su infortunio?
Puede ser él el que mató a una joven la semana pasada, o puede ser él al que persiguen los asesinos.
¿Quién mira al hombre que camina descalzo?
Mira como la piel se le pega a los huesos.
¿Será su culpa o nuestra?
Para ese hombre no existe la rutina ni el pan de cada día, no conoce de amor, no conoce de familia. Sólo camina. Camina solo. Somos más los que lo miramos que los que nos acercamos.
-Aquí tiene, pobre hombre, no malgaste el dinero, cómprese unos zapatos.

viernes, 13 de enero de 2012

Cementerio

Cómo olvidar ese momento en el que me encontré sentada en la grama, y para mí, sólo había grama. El sol se reflejaba en mi frente, y para mí sólo había grama. Húmeda y tibia, verde, tan verde.
¿Pero qué significaba?
Antes de eso, me encontré corriendo, exaltada, desesperada, sin saber qué buscaba. Quizá, no buscaba nada y me inventé una razón para correr, o para huir.
-¿Estás bien?-me preguntó alguien. Fue allí cuando noté que, para mi sorpresa, estaba rodeada de gente, ya no era sólo grama. Sin decir nada asentí y esa persona, la cual no recuerdo si era hombre o mujer, continuó su camino. Nunca me había sentido tan solitaria, pero al mismo tiempo tan expuesta. Tomé un cigarrillo y lo fumé como si fuera mi último y, al terminarlo, encendí otro sin darme cuenta.

Me encontré mirándome al espejo, tan sola, tan triste, creyendo estar preparada, segura de que ya venía el momento. Mis manos temblaban ¡Oh, cómo temblaban! Tan sola, tan sola, sólo yo y mi reflejo, sólo yo y mi otro yo.
¿Por qué regresaste, fantasma? Siempre has sido mi tortura ¡Déjame en paz por un momento, déjame sola con mi espejo, sola con mi grama! De ti corría mientras me gritabas, me enfrentaste sin misericordia y me dejaste claro que nunca podría despegarme de ti, por mucho que trate, regresarás para recordarme que no te podré olvidar. 
Llevo años escribiendo sobre ti, tantos que en algún momento llegué a pensar que eras mi musa, pero tú no eres musa de nadie porque obligas a la gente a llevarte consigo siempre. Eres el producto de mis propios errores, aquellos que cometí sin pensar en sus consecuencias, y aquellos que alguien más cometió por mí. Llevo mi cruz y la de ellos, pues tu cruz, es la de todos.
Verde, que no te quiero verde. Grama y nubes. Hacia ellas corrí. No buscaba nada, huía de ti. Fantasma que eres mi pasado y que siempre me recordarás aquellas cartas, poemas e insomnios, aquel hueco en la tierra en el que sobre él ahora hay grama.