La
Mujer del Vestido Amarillo
Así
que allí estaba ella, descalza con unas finas sandalias blancas en su mano, su
vestido amarillo jugaba con la brisa y en su largo cabello negro resplandecía
el sol. Su rostro irradiaba seguridad y yo no podía entender por qué. Se veía
tan hermosa y sutil, sus ojos hablaban por ella, observando el crepúsculo y el
abismo.
Los
carros pasaban desapercibidos, era como si sólo yo pudiera verla, a nadie le
interesaba la situación… y a mí tampoco.
-Somos
muchos los que andamos por este camino, pero somos pocos los que logramos
cambiar el destino- me dije a mí mismo citando una vieja poesía, nada de lo que
yo hiciera iba a alterar lo predestinado. Por eso decidí quedarme allí,
inmóvil, observándola, tratando de entender por qué tanta confianza en su
mirada y cuál era el siguiente paso.
-Hay
gente loca en este país, cada vez somos menos los pensantes- me dijo un anciano
señalando a la mujer de amarillo mientras se fumaba un cigarrillo, yo no
respondí a su comentario, y sólo perdía de vista a la mujer en el momento de
pestañear.
-¡Disculpe,
señor!- me dijo una chica al tropezarme, únicamente en ese instante miré hacia
abajo y noté que se le habían caído unas monedas a la chica, volteé para
entregárselas y observé mi alrededor. Vi al anciano fumando y discutiendo con
un joven sobre política; una pareja de novios besándose y hablando de
romanticismos; dos chicos tomando jugo y riendo a carcajadas, y por último vi a
un chico sentado en una banca con un libro en sus manos, sin ninguna expresión
reflejada en su rostro. Entonces recordé a la mujer de amarillo. Miré
rápidamente de vuelta al abismo, y ella ya no estaba.
Corrí
con todas las fuerzas que tenía hasta llegar a la baranda del puente y vi como
ella caía muy lentamente, era una caída desde muy alto, imposible que
sobreviviera. Mi corazón latía muy rápido y mis pulmones aspiraban y exhalaban
al ritmo del tic-tac de un reloj, incliné mi cuerpo apoyado en la baranda lo
más que pude y estiré mis brazos como si pudiera alcanzarla, como si pudiera
salvarla.
Cerré
mis ojos, justo antes de que su cuerpo golpeara contra las rocas y cuando los
abrí de nuevo, allí estaba ella, ya no era sutil y hermosa, sus ojos ya no
transmitían nada, y su rostro ya no irradiaba seguridad.
Ahí
yacía el cadáver ensangrentado de la mujer del vestido amarillo, y yo
permanecí inmóvil, con el cuerpo
inclinado y apoyado en la baranda hasta que sentí unas gotas de agua fría
cayendo sobre mi espalda, alcé la vista hacia el cielo y noté que estaba
lloviendo. Era momento de regresar a casa. Nada de lo que yo hiciera iba a
alterar lo predestinado. Al levantarme caminé hacia atrás desorientado y pisé
algo que me hizo caer, me golpeé el codo con una roca pequeña, y cuando me
levanté para seguir caminando noté que estaba sangrado, miré hacia abajo y vi
una sandalia blanca, la tomé y volví mi mirada hacia el abismo. El cadáver de
la mujer del vestido amarillo aún sujetaba una sandalia blanca en su mano
derecha, y yo sujetaba la otra en las mías.
q bueno vane... te estas botando
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